Cuando salgo de un concierto, al igual que cuando abandono una sala de cine, mis sensaciones de lo que acabo de ver y escuchar suelen ser positivas. Soy muy impresionable, qué le voy a hacer. Sólo el tiempo me da la suficiente perspectiva para valorar algo de una manera objetiva y realizar un análisis crítico. La mayoría de las crónicas de conciertos que me toca redactar deben estar listas al día siguiente (la actualidad manda) y aunque no suelo arrepentirme de lo que escribo, sí que me gustaría en muchas ocasiones tener más tiempo para poder asimilar los acontecimientos de una manera más relajada.
Primal Scream actuaron hace ya más de dos semanas en la Riviera (Madrid) para celebrar el 20 aniversario de esa pieza fundamental de la música actual llamada Screamadelica y como no tenía que escribir texto alguno para nadie, decidí darme un plazo para valorar de la mejor manera semejante acontecimiento. Obviamente, salí del concierto aturdido. «Los mejores 40 minutos finales de un concierto de mi vida. Solo por esto ya ha merecido venir», dije entonces. Pues bien, sigo pensando lo mismo. Le faltó un punto para alcanzar la perfección, pero me dejó una profunda huella. En fin, vayamos por partes.
Bobby Gillespie y los suyos venían a Madrid para interpretar de manera íntegra Screamadelica, algo que nunca habían hecho hasta ahora, ante la dificultad de trasladar algunas piezas al directo. Para semejante ocasión, desde luego, no valía cualquier banda para abrir la noche. ¿Y quién mejor que los propios Primal Scream para hacer de teloneros? Inaudito, sí. Pero más extraño fue que el concierto arrancase a las 20.45 de la noche: Accelerator comenzó a sonar cuando la mayoría del público aún estaba haciendo cola. Para los primeros 50 minutos de la velada, los creadores de Vanishin point ofrecieron un repaso de sus éxitos: las rockeras Country girl y Jailbird, las psicodélicas Burning Wheel y Shoot Speed/Kill light y, para cerrar, las inevitables Swastika eyes (que no estuvo a la altura de su leyenda) y Rocks.
Tras un descanso de 10 minutos, la banda ya estaba de nuevo en el escenario preparada para comenzar la celebración, acompañada tan sólo de un trompetista (en algunos lugares de la gira llevarán también coros y una sección completa de metales). Movin’ on up, Slip inside this house y Don’t fight, feel it, cantada por el propio Gillespie, (las mismas tres piezas que abren Screamadelica) nos hicieron retroceder en el tiempo, a esa época en el que el rock comenzaba a abrazar los sonidos y el hedonismo de la música de baile. ¿Nostalgia? En absoluto. Primal Scream no viven de rentas y saben como seguir sonando como una de las bandas más vanguardistas del momento. No tocaron el disco al pie de la letra y fue un acierto. A continuación fue el turno de la balada stoniana Loaded y después se dispusieron a enfrentarse a las piezas más incómodas: I’m coming down, Shine like stars e Inner flight, magistralmente trasladadas al directo, dieron el punto oscuro y sombrío del concierto. Y ya sólo faltaban tres canciones, que todos conocíamos. La recta final, de unos 40 minutos, fue la celebración de la buena música, el buen rollo, el hedonismo; una orgía rítmica. Higher than the sun sonó tan hipnótica como siempre y encima fue redondeada por el bajo de Mani, que introdujo unos ritmos dub irresistibles; Loaded, con Gillispie ya completamente metido en su papel de salvador del rock, fue la muestra que los Rolling Stones y la música de baile no estaban tan lejos (además del guiño a Simpathy for the devil); y Come together provocó una catarsis colectiva como pocas veces he visto (quizás con LCD Soundsystem). Triunfo absoluto. No hubo bises, pero casi mejor. El altísimo volumen destrozó mis timpanos (y los de más gente, seguro). Ahora sólo cabe esperar si dentro de 10 años celebrarán su otra obra maestra, XTRMNTR.